Sentirme en la cima del mundo es fácil si tengo tus clavículas como perfectos salvavidas de este corazón que palpita, se nutre y respira por ti.
Es fácil sonreír si tengo unos labios que me besan y me juran una eternidad cada mañana. Y tus manos, que siempre están ahí, preparadas para socorrerme y guiarme por la vida. Y tus ojos, los mismos en los que me pierdo si me veo reflejada en ellos con el pelo alborotado y mis mejillas adornadas por los colores que se forman con el roce de tu piel, y siento un vaivén de costillas excitadas, y me pierdo entre lagrimas de sudor viajando por dos cuerpos a los que no los separa ni su propio aliento.
Y lo volvemos a hacer, eso de querernos como locos, mordernos como locos, besarnos como locos. Y ojalá nunca nos faltemos. Ojalá siga sin separarnos algo tan poderoso como nuestro propio aliento en plena guerra.