lunes, 11 de marzo de 2013

Él. Mi norte, tu cuerpo.


Sólo tiene 18 años, se acerca a los 19, y unos ojos marrones que te pueden propulsar a la mayor locura conocida por la mujer. Son dos agujeros negros, como su pelo, el que peina cada día en diagonal. Tiene más experiencias y batallas ganadas que cualquier persona juraría que tuviera a primera vista. 
No hablo de sangre, mucho menos de cobardía. Sólo 15 minutos le separan de la dueña de su corazón, la que cuenta que puede que sea el más leal y honrado ser existente en la tierra. 
Él. Es el que le da vida a estas palabras, el que a través de recuerdos, de sentimientos y planes prometidos para un futuro hace que pueda escribir esto en su honor. Fidelidad, nobleza, confianza. Él. Dicen que los chicos desinteresados son los más bonitos. No, el más bonito es él, que a pesar de haber pasado horas enteras a tu lado te dice a los 5 minutos de dejarte en tu casa que ya te echa de menos, el que cuida y protege, y el que te da la seguridad de saber que jamás te fallaría. Él. El único ser en la tierra que ha conseguido hacer sentir a una chica de hielo eso a lo que llaman amor, felicidad, una explosión, lo que puede sentir una niña cuando le regalan una piruleta y la dejan mancharse los zapatos en el parque un día de lluvia. 
El sonido de una risa trae a mi mente su recuerdo, algo tan bonito como mojarse en la playa un día caluroso, o tan confortable como taparse con un manta y tomar un café un día en el que cielo llora por las calles de Madrid. 
Tiene tres amores, que nunca le fallaremos, siempre dormiremos en su corazón, para ver el brillo de sus ojos pardos mezclado con la sonrisa que decora su rostro cuando la felicidad le llena el cuerpo, cuando le sobran besos y abrazos para repartir. Él. Y su olor a hogar, a lugar acogedor, como sus brazos cuando se entrelazan acariciando mi contorno, cuando me pide que no trate de escaparme nunca de ese lugar.
Y yo pienso si de verdad sería tan masoquista como para huir de mi hogar, de su corazón. No, para nada, sería perderme, romper con mi equilibrio, desorientar mi rumbo en la vida, perder de vista el punto que marca  mi brújula, mi propia estrella polar,  mi norte, su cuerpo. 
Puedo hablar de su físico, de todo lo que me ha hecho sentir, de todo lo que siento por él... pero me faltarían palabras existentes que expresaran el amor, la seguridad y la felicidad que yo siento a su lado. Con él. Gracias a él. Eternamente por él.
Y es que a estas alturas de esta aventura en la que embarcarnos hace ya muchos años, la eternidad de mi vida y todos los sentimientos que pueda albergar en ella te pertenecen sólo a ti.

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