lunes, 8 de abril de 2013

Del que sólo son capaces de vivir los enamorados


Soy tu, soy yo, un nosotros aún con sentido. Hoy me centro en mis trabajos, mis noticias mientras tú caminas por las calles de Madrid, pensado, planeando lo que harás en las próxima horas, quizá mojándote. No ha dejado de llover, no desde aquel frío día de cálido amor en besos chorreando por nuestros labios con las ganas de un volcán por sacar la ardiente lava que lo invade. 
Ahí no fue el principio, ya nos habíamos empezado a querer antes. 
Aunque a veces los errores nos hicieron reencontrarnos tarde siempre estábamos enamorados del mismo modo. 
Aunque luego en esa tarde me besaste, y fuese el fin de aquel principio, el comienzo de algo que es de nuestra única propiedad. 
Puede que aquello no tuviera sentido, o que fuese el momento idóneo para actuar por impulsos, como el hombre que salta ante la desesperación de acabar de una vez con su vida. Saltaste, y yo te cogí de la mano, salté contigo. Hacia el vacío de tus pupilas, hacia lo más hondo de aquel ser de pelo negro y manos con vicio.  
Mi boca se torcía hacia aquello a lo que llaman sonrisa, y que siempre te ha gustado, y se debía a ver realizado algo deseado desde ya tiempo atrás.
Nunca supe por qué ese lugar, justo el centro de Madrid. Sabías que siempre fue mi lugar favorito, la zona bohemia, donde van los artistas y observadores a analizar el gran teatro que es esta ciudad, con sus personajes y decorados.  
Nunca supe por qué ese día, lluvioso. Sabías que tengo un amor especial a los días de lluvia, al tiempo revuelto, al cielo reinado por nubes grises.  
Aquel momento fue único, y cómo no iba a serlo. Aún no estoy segura de si fue algo preparado o actuaste por instisto. Demasiado bonito para ser real pensé aquella noche.  
Probé la miel de tus labios, unos besos con amor. Amor del verdadero, del que se lleva guardando en el corazón desde hace tiempo, del que al salir te deja los ojos con brillo y la sonrisa bien puesta. 
Del que sólo son capaces de vivir los enamorados.  



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